domingo, 15 de julio de 2012

Un sábado cualquiera



Siempre supe que un día cualquiera iba a encontrarte en la calle, que coincidencia, la misma cera, la misma hora, nuestros pasos caminando frente a frente, justo en una calle que años atrás nos vió pasar cuando la vida nos unía. Que extraña sensación, pasaste y yo pasé, un saludo con la mano distante, frió y rápido, seguramente apreté el paso para seguir avanzando y durante más de 20 minutos seguí pensando en si ese tipo de encuentros los llamamos con el pensamiento, si es una prueba de la vida para recalificar tu sentimiento o si simplemente es un juego macabro de Diosito para entretenerse. Confieso que me dió un poco de risa la cara de la mujer que te acompañaba con el gesto apretado, la trompa pintada de rojo, volteando hacia enfrente sin querer mover el ojo hacia donde yo estaba.

El hecho es que si, en efecto, los recuerdos vinieron a mi mente, extrañamente los malos recuerdos, los que dañaron mi ego, los que me bajaron la autoestima, los que me hicieron odiar, los que me llenaron algunos meses de tristeza. Recordé que nunca tuve una porque, un lo siento, un nada, que durante mucho tiempo no era la pérdida lo que me dolía sino la falta de palabras.

Así como lo recordé, así como lo olvidé. Horas después estaba más preocupada por encontrar la bolsa adecuada en un centro comercial que por regresar mi mente al incómodo momento, cosa que no me gustó, ya que yo, como buena amante del drama y convencida que me gustan los momentos de sufrir telenovelezcamente califiqué el momento como un fracaso absoluto al darme cuenta que rápidamente ya no sentía nada, solo las morbosas ganas de platicarle a mi amigo lo estúpidamente fea que me ha parecido siempre tu amiga.

Ay Diosito Santo que chistosa es la vida y como dijo Mercedes Sosa, cambia, todo cambia.